sábado, 22 de febrero de 2014

JORGITO Y SU PADRE.............

Un día, Jorgito entró a su casa dando patadas en el suelo y gritando muy molesto. Su padre, lo llamó. Jorgito, le siguió, diciendo en forma irritada:


- Papá, ¡Te juro que tengo mucha rabia! Pedrito no debió hacer lo que hizo conmigo. Por eso, le deseo todo el mal del mundo, ¡Tengo ganas de matarlo!


Su padre, un hombre simple, pero lleno de sabiduría, escuchaba con calma al hijo quien continuaba diciendo:


- Imagínate que el estúpido de Pedrito me humilló frente a mis amigos. ¡No acepto eso!..Me gustaría que él se enfermara para que no pudiera ir más a la escuela.


El padre siguió escuchando y se dirigió hacia una esquina del garaje de la casa, de donde tomó un saco lleno de carbón el cual llevó hasta el final del jardín y le propuso:


- ¿Ves aquella camisa blanca que está en el tendedero? Hazte la idea de que es Pedrito y cada pedazo de carbón que hay en esta bolsa es un mal pensamiento que va dirigido a él. Tírale todo el carbón que hay en el saco, hasta el último pedazo. Después yo regreso para ver como quedó.


El niño lo tomó como un juego y comenzó a lanzar los carbones pero como la tendedera estaba lejos, pocos de ellos acertaron la camisa.


Cuando, el padre regresó y le preguntó:


- Hijo ¿Qué tal te sientes?


- Cansado pero alegre. Acerté algunos pedazos de carbón a la camisa.


El padre tomó al niño de la mano y le dijo: – Ven conmigo quiero mostrarte algo.


Lo colocó frente a un espejo que le permite ver todo su cuerpo. ¡Qué susto! . Estaba todo negro y sólo se le veían los dientes y los ojos. En ese momento el padre dijo:


- Hijo, cómo pudiste observar la camisa quedó un poco sucia pero no es comparable a lo sucio que quedaste tú. El mal que deseamos a otros se nos devuelve y multiplica en nosotros. Por más que queremos o podamos perturbar la vida de alguien con nuestros pensamientos, los residuos y la suciedad siempre queda en nosotros mismos.


Ten mucho cuidado con tus pensamientos porque ellos se transforman en palabras.


Ten mucho cuidado con tus palabras porque ellas se transforman en acciones.


Ten mucho cuidado con tus acciones porque ellas se transforman en hábitos.


Ten mucho cuidado con tus hábitos porque ellos moldean tu carácter.


Y ten mucho cuidado con tu carácter porque de él dependerá en gran medida tu destino.

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,38-48):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente." Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas. Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»

Palabra de Dios


La perfección del amor


El evangelio de hoy concluye la enseñanza de Jesús sobre la ley, iniciada la semana pasada. Aquí vemos hasta qué punto el Sermón de la montaña supera infinitamente las prescripciones de la antigua ley, y en qué medida la lleva a su perfección. Si el mandamiento del amor es el corazón de la nueva ley del Evangelio, el amor a los enemigos supone su expresión más radical. Pero, cabe preguntar, ¿es esta novedad tan radical que sea imposible encontrar nada parecido, no sólo ya en el Antiguo Testamento, sino incluso en otras perspectivas religiosas o morales? La primera lectura responde en lo que se refiere al Antiguo Testamento. El texto del Levítico es una explícita llamada al amor y a la renuncia al odio, que el mismo Jesús cita para expresar el mandamiento principal (cf. Mt 22, 39). También en otras religiones y sistemas morales existen similares llamadas al amor universal, como las que encontramos, por ejemplo, en el budismo y la ética estoica. No debe extrañar que la llamada al amor no sea exclusiva del Evangelio, pues cualquiera que tenga la mente abierta y el corazón en su sitio puede entender que el amor es preferible al odio, y que es en el amor y no en el odio en donde el hombre encuentra su quicio vital, su perfecta realización y, a fin de cuentas, su salvación. Pero podemos hacernos otra pregunta. ¿Es el mandato del amor universal, incluidos los propios enemigos, algo realista? Sin negar la belleza del ideal, la vida real nos lleva con frecuencia a considerar que se trata de un mandato de imposible cumplimiento. La santidad a la que llama el texto del Levítico, la perfección a la que nos llama Jesús, pueden cuadrar bien para Dios (en el que lo ideal y lo real coinciden), pero no para nosotros, imperfectos, débiles y limitados. Tal vez por esto, algunas de las posiciones religiosas y morales que llaman también al amor a todos (como los mencionados budismo y estoicismo) proponen, como camino para lograr esa benevolencia, adoptar una actitud de impasibilidad, que, es verdad, nos protege del sufrimiento por la vía de la indiferencia, que se abstiene de hacer mal a nadie, pero difícilmente podrá amar de verdad, activamente a criatura alguna.

En realidad, la gran novedad que encontramos en la revelación bíblica, ya desde el Antiguo Testamento, es que, por paradójico que parezca, el mandamiento del amor no es una exigencia ética, una norma que hemos de “cumplir” con la fuerza de la voluntad, en ocasiones cerrando los puños y apretando los dientes. Se trata más bien de una revelación que Dios hace de su propio ser. El mandamiento del amor nos dice quién es Dios, cómo se manifiesta, cómo nos mira y cómo quiere relacionarse con nosotros. Más que una norma que nos exige, es un don que nos hace. Dios no se revela mandando, obligando, imponiendo, sino dándose. Si podemos seguir hablando de mandamiento, es en lo que esa expresión tiene de envío: Dios nos manda el amor, esto es, nos lo envía, nos lo entrega. Y si estamos abiertos a esa revelación, es claro que su luz puede no reflejarse en nosotros. Así han de entenderse las palabras “Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo”, que Jesús reproduce al decir “sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”.

Ser santos con la santidad de Dios, o perfectos con su perfección, está absolutamente por encima de nuestras fuerzas, pero es posible si lo recibimos como don. Así pues, el mandamiento del amor no es una norma de obligado cumplimiento sino la posibilidad de participar de la vida divina, es la vida misma de Dios actuando en nosotros, que se ha revelado plenamente en la persona de Jesucristo. Es Jesús quien refleja y encarna (hace carne) la santidad y la perfección de Dios en nuestro mundo. Es él quien hace cercano y posible lo que parece imposible a las solas fuerzas humanas. Porque si aceptamos la revelación y el don de Dios y su presencia encarnada en Jesús de Nazaret, si lo dejamos entrar en nuestra vida, es claro que algo ha de cambiar en nosotros. Y no de manera mágica, automática, sin nuestra participación. A partir del don del amor de Dios, la dimensión moral tiene también cabida como respuesta positiva a ese don. Dios apela a nuestra libertad, que es responsabilidad, esto es, respuesta a una llamada previa.

Si hemos de ser reflejo de la santidad de Dios que nos ha iluminado, esto ha de expresarse en actitudes nuevas, que la Palabra de Dios hoy desglosa con detalle. La primera de todas consiste en desterrar de nuestro corazón el odio. No “odiar de corazón a tu hermano” significa que, aunque surjan en nosotros sentimientos negativos (como cuando nos sentimos injustamente tratados, ofendidos, etc.) no debemos permitir que ese sentimiento de odio se instale en nuestro corazón, que dirija nuestros pensamientos y acciones. Antes bien, ante el mal procedente de nuestro prójimo, la respuesta adecuada (a la santidad de Dios reflejada en nosotros) ha de ser la de corregir al hermano, para que se enmiende. Es una manera concreta de responder al mal con el bien.

El texto del Levítico pone aquí el acento en las relaciones con los más próximos, los familiares y, todo lo más, los miembros del pueblo de Israel. Jesús universaliza esta exigencia y la extiende a todos sin excepción. El primer paso de esta universalización consiste en superar la vieja ley del Talión, que impone una proporción en las relaciones de justicia, cuando se trata de resarcir un daño recibido. Esto supone un progreso, pues pone un límite al deseo de multiplicar la respuesta por la ofensa (como en la salvaje ley de Lamek, cf. Gn 4, 23-24). La experiencia dice que la venganza, incluso si se trata de contenerla en los límites de un daño proporcional, genera un dinámica diabólica y creciente, a no ser que se le oponga, por fin, un acto de positivo perdón. Jesús opone a la ley del Talión esas exigencias que nos parecen tan excesivas e imposibles, y se nos antojan como actitudes pasivas de cesión ante el mal y la injusticia, pero que, en realidad, una vez más, reflejan el modo en que Dios ha respondido al mal y al pecado humano. No se trata aquí, por tanto, de prescripciones jurídicas que dejan impune el crimen, sino de la adopción de actitudes activas, que tratan de responder al mal con el bien.

Frente a la medida del Talión, ya el libro del Levítico nos propone una medida positiva: amar al prójimo como a sí mismo. También hay que amarse a sí mismo rectamente: tenemos la obligación de procurar nuestro propio bien, de corregir nuestros defectos, y de cuidar y desarrollar el don que Dios ha depositado en nosotros. Esa medida es la que tenemos que aplicar con nuestros prójimos. La segunda parte de la cita que Mateo pone en boca de Jesús: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo” no es posible encontrarla en la antigua Ley, sino que expresa la pobreza de la lengua aramea, que usa el verbo aborrecer para indicar los límites del propio amor (aborrecer significa “no preferir”, “no gozar del favor”: cf. Gn 29, 31; Lc 14, 26). Es decir, si en el Antiguo Testamento la universalidad del amor está sólo implícitamente apuntada, y se manda amar a los propios, y limitar a la ley del Talión la respuesta a los enemigos, ahora Jesús amplía la categoría de “prójimos” a todos, enemigos incluidos. Y este imposible moral se hace posible sólo si miramos a los demás desde el prisma de Dios, Padre de Jesús y Padre de todos.

Es claro que el amor de que se habla aquí no es un mero sentimiento de simpatía, una especie de “buenismo” que cierra los ojos a los conflictos y las enemistades. ¿Cómo entender este amor que Jesús nos recomienda y nos revela en su propia persona? Ante todo, el amor es la afirmación del otro en cuanto tal; y esta afirmación incluye toda una serie de matices que empiezan por el respeto. Amar al enemigo significa renunciar a instalarse en el odio, que conlleva la negación del otro y que va desde ignorarlo y excluirlo hasta su destrucción. Sin negar que exista la enemistad por multitud de motivos, mirando al otro desde el prisma de Dios Padre, descubro en él a un hermano y potencial amigo. Por ello, sin renunciar tal vez a la justicia, no dejaré de tenderle la mano si se encuentra en necesidad, de reconciliarme con él me ofrece la posibilidad, y de orar por él si esta es la única alternativa que queda. Esta recomendación es de extraordinaria utilidad en estos tiempos en que crece la hostilidad hacia el cristianismo y se multiplican en muchos lugares actitudes de persecución (cruenta o incruenta) contra los creyentes. Es la ocasión de responder en genuino sentido cristiano, de poner a prueba la autenticidad de nuestra fe, de purificarla si es que la hemos ido reduciendo a una serie de actitudes culturales y a ciertas convicciones teológicas y morales más o menos aburguesadas, sin la radicalidad propia del Sermón de la montaña.

La capacidad de descubrir en nuestros enemigos a nuestros hermanos, hijos del mismo Padre, habla de esa cualidad del amor que es como una luz que descubre valores escondidos, que una mirada desprovista de amor es incapaz de percibir. El verdadero amor no sólo no es ciego, sino que es, por el contrario, el colmo de la lucidez. La perfección del nuestro Padre celestial a la que nos llama Jesús (y que él mismo porta en sí) es la de un amor que no se limita a las normas de convivencia de un grupo cerrado sobre sí mismo, sino que rompe fronteras y establece lazos incluso allí donde esto parece imposible.

Reflejar en nosotros la perfección del amor de Dios nos convierte, como nos recuerda Pablo, en templos de Dios, en los que habita el Espíritu Santo, el Espíritu del Amor. No es tanto un privilegio cuanto un don y una responsabilidad. ¿Cómo habremos de comportarnos para conservar y transmitir esa presencia en nosotros? A tenor de las palabras de Pablo hoy, podemos hacer una observación sobre las consecuencias del mandamiento del amor universal dentro de la Iglesia, cuerpo de Cristo. Parece un contrasentido que, al tiempo que proclamamos la universalidad del amor, nos dediquemos a construir capillas dentro de la Iglesia, que compiten entre sí y se excluyen mutuamente. “Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro” podemos entenderlo hoy como la diversidad de caminos de espiritualidad, carismas, movimientos, tendencias (jesuitas y dominicos, focolares y neocatecumentales, Opus Dei y Cristianos por el Socialismo, conservadores y progresistas…), todos, si somos cristianos, esto es, de Cristo, hemos de trabajar por reconocernos, apreciarnos, amarnos unos a otros, ser generosos y benevolentes unos con otros, practicando, si procede, la corrección fraterna –corrigiendo, pero también dejándonos corregir, para, desde esa sabiduría del amor y esa suprema libertad, dar un testimonio concorde y unánime del único Señor y Dios al que pertenecemos.

sábado, 15 de febrero de 2014

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Mateo 5: 17 - 37

17«No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.18 Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda.19 Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.20«Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.21«Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal.22 Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehenna de fuego.23 Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti,24 deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda.25 Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel.26 Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.27«Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio.28 Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.29 Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna.30 Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehenna.31«También se dijo: El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio.32 Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio.33«Habéis oído también que se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos.34 Pues yo digo que no juréis en modo alguno: ni por el Cielo , porque es el trono de Dios,35 ni por la Tierra, porque es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén , porque es la ciudad del gran rey.36 Ni tampoco jures por tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacerlo blanco o negro.37 Sea vuestro lenguaje: "Sí, sí"; "no, no": que lo que pasa de aquí viene del Maligno.

Palabra del Señor

Evangelio Comentado por: José Antonio Pagola
San Mateo (5,17-37)

                                                     NO A LA GUERRA ENTRE 
NOSOTROS

Los judíos hablaban con orgullo de la Ley de Moisés. Según la tradición, Dios mismo la había regalado a su pueblo. Era lo mejor que habían recibido de él. En esa Ley se encierra la voluntad del único Dios verdadero. Ahí pueden encontrar todo lo que necesitan para ser fieles a Dios.

También para Jesús la Ley es importante, pero ya no ocupa el lugar central. Él vive y comunica otra experiencia: está llegando el reino de Dios; el Padre está buscando abrirse camino entre nosotros para hacer un mundo más humano. No basta quedarnos con cumplir la Ley de Moisés. Es necesario abrirnos al Padre y colaborar con él en hacer una vida más justa y fraterna.

Por eso, según Jesús, no basta cumplir la ley que ordena “No matarás”. Es necesario, además, arrancar de nuestra vida la agresividad, el desprecio al otro, los insultos o las venganzas. Aquel que no mata, cumple la ley, pero si no se libera de la violencia, en su corazón no reina todavía ese Dios que busca construir con nosotros una vida más humana.

Según algunos observadores, se está extendiendo en la sociedad actual un lenguaje que refleja el crecimiento de la agresividad. Cada vez son más frecuentes los insultos ofensivos proferidos solo para humillar, despreciar y herir. Palabras nacidas del rechazo, el resentimiento, el odio o la venganza.

Por otra parte, las conversaciones están a menudo tejidas de palabras injustas que reparten condenas y siembran sospechas. Palabras dichas sin amor y sin respeto, que envenenan la convivencia y hacen daño. Palabras nacidas casi siempre de la irritación, la mezquindad o la bajeza.

No es este un hecho que se da solo en la convivencia social. Es también un grave problema en la Iglesia actual. El Papa Francisco sufre al ver divisiones, conflictos y enfrentamientos de “cristianos en guerra contra otros cristianos”. Es un estado de cosas tan contrario al Evangelio que ha sentido la necesidad de dirigirnos una llamada urgente: “No a la guerra entre nosotros”.

Así habla el Papa: “Me duele comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aún entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odios, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?”. El Papa quiere trabajar por una Iglesia en la que “todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis”.

sábado, 8 de febrero de 2014

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Evangelio 9 febrero 2014 color


Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,13-16):


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»

Palabra del Señor

Evangelio Comentado por: 
José Antonio Pagola
San Mateo (5,13-16)

SALIR A LAS PERIFERIAS





Jesús da a conocer con dos imágenes audaces y sorprendentes lo que piensa y espera de sus seguidores. No han de vivir pensando siempre en sus propios intereses, su prestigio o su poder. Aunque son un grupo pequeño en medio del vasto Imperio de Roma, han de ser la “sal” que necesita la tierra y la “luz” que le hace falta al mundo.

“Vosotros sois la sal de la tierra”. Las gentes sencillas de Galilea captan espontáneamente el lenguaje de Jesús. Todo el mundo sabe que la sal sirve, sobre todo, para dar sabor a la comida y para preservar los alimentos de la corrupción. Del mismo modo, los discípulos de Jesús han de contribuir a que las gentes saboreen la vida sin caer en la corrupción.

“Vosotros sois la luz del mundo”. Sin la luz del sol, el mundo se queda a oscuras y no podemos orientarnos ni disfrutar de la vida en medio de las tinieblas. Los discípulos de Jesús pueden aportar la luz que necesitamos para orientarnos, ahondar en el sentido último de la existencia y caminar con esperanza.

Las dos metáforas coinciden en algo muy importante. Si permanece aislada en un recipiente, la sal no sirve para nada. Solo cuando entra en contacto con los alimentos y se disuelve con la comida, puede dar sabor a lo que comemos. Lo mismo sucede con la luz. Si permanece encerrada y oculta, no puede alumbrar a nadie. Solo cuando está en medio de las tinieblas puede iluminar y orientar. Una Iglesia aislada del mundo no puede ser ni sal ni luz.

El Papa Francisco ha visto que la Iglesia vive hoy encerrada en sí misma, paralizada por los miedos, y demasiado alejada de los problemas y sufrimientos como para dar sabor a la vida moderna y para ofrecerle la luz genuina del Evangelio. Su reacción ha sido inmediata: “Hemos de salir hacia las periferias”.

El Papa insiste una y otra vez: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrase a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termina clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos”.

La llamada de Francisco está dirigida a todos los cristianos: “No podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos”. “El Evangelios nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro”. El Papa quiere introducir en la Iglesia lo que él llama “la cultura del encuentro”. Está convencido de que “lo que necesita hoy la iglesia es capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones”.

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