La cruz, instrumento de muerte, signo de ignominia y maldición, es por Dios exaltada y se convierte en signo e instrumento de amor, de bendición y salvación.
La cruz deja de ser oscura para ser gloriosa, victoriosa. Cristo en la cruz vence. Cristo reina, Cristo impera.
La cruz es luminosa porque está iluminada por la Resurrección. Es luminosa como luminosa es la Eucaristía.
Eucaristía, cruz y Resurrección están unidas. Eucaristía es el don que el Señor hace de sí mismo el Jueves Santo. Es el don que anticipa el sacrificio suyo del Viernes. Don y misterio es la Eucaristía, que vienen del Corazón de Jesús como vienen el don y misterio del sacerdocio que nace junto con ella.
No hay Eucaristía sin sacerdocio así como no hay sacerdocio sin Eucaristía.
La cruz es la del Viernes Santo, la del sacrificio, voluntariamente aceptado, del Señor por nuestra salvación.
La Resurrección en la noche del sábado al domingo, es de donde irradia el Señor su gloriosa victoria sobre la muerte.
Éste es el Triduo Pascual: Eucaristía, Cruz y Resurrección. Todo el Triduo Pascual está contenido en la Misa. Por eso, cuando el sacerdote besa el altar al ingresar para celebrar la Misa, está al mismo tiempo, besando la mesa del banquete, la cruz del sacrificio y la losa del sepulcro de la Resurrección.
La Eucaristía es sacramento (signo visible y eficaz) de comunión (primero con Dios, luego con los que participan de la misma celebración y finalmente con todos los hombres); es sacramento-sacrificio, y sacramento-presencia. Presencia gloriosa del Resucitado, eterno y presente, victorioso en la Eucaristía.
El Señor dijo que cuando fuese alzado atraería a todos hacia él. El evangelista dice que se refería a la cruz. Cuando fuese alzado en la cruz. Pero, también podemos decir que cuando adoramos al Santísimo, lo estamos alzando –con nuestra fe y nuestro amor- en gloria y por nuestra adoración, por esa exposición en exaltación del Santísimo Sacramento, el Señor atrae a otros también a sí en adoración. Esta es la experiencia de la Adoración Eucarística Perpetua.
La Adoración Eucarística Perpetua es la adoración a Jesucristo, que es Dios, presente en la Eucaristía, día y noche, todos los días del año.
A adorarlo, día y noche, vienen personas de todas las edades, condiciones, historias. Algunas de muy lejos en la geografía y en la historia personal. Algunos que han sido ateos y que de pronto se sienten interpelados, como aquel médico agnóstico que, según le contaba a su obispo, fue a ver qué había en la capilla que la gente se sucedía día y noche y según le contaban se estaban en silencio. Fue así como después de haber visto y sentido aquella presencia le confesaba al obispo, desde aquella vez no dejó de asistir a la capilla. Se levantaba media hora antes para visitar al Santísimo. Como aquella otra señora que dejó un escueto testimonio en Prato, Italia, diciendo que hacía más de diez años que no ponía un pie en una iglesia católica. Si alguna vez lo había hecho, agregaba, había sido por alguna visita artística. No sabía porqué estaba en ese momento allí, en la capilla, sólo que experimentaba mucha paz y creía en esa paz y quería buscarla. Evidentemente, sin quizás darse mucho cuenta de ello, esa señora había sido atraída por el Señor e iniciaba un camino de conversión.
Sí, las personas suelen hacer grandes recorridos hasta llegar a una capilla de adoración perpetua: viajar muchos kilómetros, hacer varias horas de trayecto o venir por los caminos tortuosos de sus vidas. El Señor siempre anula distancias. Tanto las acorta y anula que nos conduce a la unidad. La Eucaristía es sacramento de unidad. Y de unidad a veces inimaginable para nosotros. Hoy, por ejemplo, en Rumania, en la ciudad de Timisoara, están juntos adorando al Señor en el Santísimo Sacramento, en el mismo lugar, greco católicos, romano católicos y ortodoxos.
Jesucristo es el Cordero inocente que nos rescata de la muerte, de toda muerte. Es quien quita el pecado del mundo. Él es el Verbo eterno, Dios que se hizo hombre en María y que se rebajó hasta aceptar morir en la cruz, asumiendo el pecado del mundo. Por eso, el Padre lo exaltó y le dio el nombre-sobre-todo-nombre para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble.
Nuestras rodillas se doblan en adoración y adoración perpetua. Porque digno es el Cordero de recibir el honor, la gloria, el poder,... la adoración… día y noche… en la tierra como la recibe en el cielo.
Adorarlo sin interrupción es algo que podemos hacer comunitariamente. Si cada uno se hace disponible para tomar una hora semanal, entonces podremos cubrir todas las horas de la semana y tener la adoración perpetua.
En la adoración y mediante la adoración sin interrupción, nosotros lo reconocemos como nuestro Dios y Señor, digno de ser eternamente adorado y amado, y Él manifiesta su poder.
Sabemos, por nuestra fe, que tras el velo eucarístico está Dios Todopoderoso capaz de cambiarnos y de cambiar al mundo. Y mientras nosotros lo adoramos Él nos bendice. Nos bendice y nos sana de toda mordedura del mal que nos infligen, o nos auto infligimos. Nos da el Señor la paz, la alegría que nadie más que Él puede darnos. Nos brinda su protección preservándonos del mal. Ante su presencia crecemos espiritualmente y aprendemos a amar.
A los que rechazaron el maná Dios los maldijo. Nosotros damos testimonios de nuestra fe y de nuestro amor y Él nos da la vida eterna.
Adoremos la Eucaristía, veneremos la cruz. Hoy más que nunca cuando, por una parte, quieren como signo arrojarla fuera de la vida de las sociedades o degradarla en modas infames, y cuando es rechazada como signo de sacrificio por sociedades hedonistas. Que la cruz, como símbolo, vuelva a sacralizar la vida en todo el mundo, que sea respetada y venerada. Que la adoración de la presencia de Cristo y también de su sacrificio redentor nos haga volver la mirada sobre Aquél a quien han traspasado y Aquél que se dejó matar por amor.
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