domingo, 10 de octubre de 2010

EVANGELIO DE FIN DE SEMANA


¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

domingo 10 Octubre 2010

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario


Hoy la Iglesia celebra : Daniel Comboni

Evangelio según San Lucas 17,11-19.

Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!". Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados. Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?". Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado".


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por : San Bruno de Segni (hacia 1045- 1123), obispo
Comentario al evangelio de Lucas, 2, 40; PL 426-428



La fe que purifica


¿Qué es lo que representan los diez leprosos sino al conjunto de pecadores?... Cuando vino Cristo, nuestro Señor, todos los hombres eran leprosos del alma, incluso los que no estaban afectados por la del cuerpo... Ahora bien, la lepra del alma es mucho peor que la del cuerpo.

Pero sigamos adelante. «Se pararon a lo lejos y a gritos le decían: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Estos hombres se mantenían a distancia porque, dado su estado, no se atrevían a acercarse más a él. Lo mismo sirve para nosotros: todo el tiempo que estamos metidos en nuestros pecados, nos mantenemos distanciados de él. Así pues, para recobrar la salud y curar la lepra de nuestros pecados, clamemos con fuerte voz y digamos: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». De todas maneras, esta petición no debe salir de nuestra boca sino de nuestro corazón, porque el corazón habla con voz más fuerte que la boca. La oración del corazón penetra los cielos y se eleva muy alto, hasta el trono de Dios.



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