Un carisma indispensable para todo renovado en el EspírituIII. TRES MOVIMIENTOS INTERIORES
III. TRES MOVIMIENTOS INTERIORES
Analizando los actos humanos según su apariencia, y simplificando mucho las cosas, podemos distinguir varios casos:
a) Actos admirables donde la acción de Dios es evidente; pero donde también actúa naturaleza humana. Aún en las acciones más divinas, "la gracia supone la naturaleza", porque en la acción milagrosa colabora el hombre con todo su ser. Por ejemplo, en el milagro de la Puerta Hermosa, Pedro habla al cojo y pronuncia las palabras que usó Dios como vehículo de su intervención: "En nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina" (Hch 3,6).
b) Actos en que lo divino y lo humano aparecen combinados armónicamente. Reconocemos a Esteban que, "lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y signos en el pueblo" (Hch 6,8); y a Tabit , que "pasaba su vida haciendo el bien y repartía abundantes limosnas" (Hch 9, 36).
Es la vida del cristiano coherente que permanece en Jesús y Jesús en él.
c) Actos aparentemente comunes, naturales, pero inspirados y sostenidos por Dios.
El Espíritu obra también en toda persona honesta y sincera que obedece a la voz de su conciencia.
d) Actos aparentemente comunes, naturales, pero de procedencia maligna (cf. Mt 5,37) porque están inspirados "no por la sabiduría que viene de lo alto, sino por sabiduría terrena, sensual y diabólica" (Stg 3,15). Son frecuentes entre los mundanos.
e) Actos pecaminosos que no disimulan su origen, porque "quien comete pecado procede del diablo" (1 Jn 3,8). El pecador vive esclavo del Príncipe de este mundo (cf. Jn 12,31), se constituye hijo del diablo, "que es pecador desde el principio" (1 Jn 3,8).
f) Actos claramente diabólicos, en que la maldad parece proceder no tanto del hombre como de un espíritu maligno en ‚l. Para estos casos de opresión o posesión Jesús confió varias veces el poder de expulsar los espíritus malos (ver Mc 3,12; 6,7; Lc 10,17).
En resumen, se distinguen tres espíritus: el Espíritu Santo de Dios, el espíritu puramente natural (que procede de la naturaleza caída), y el espíritu maligno
Uno de los tres domina generalmente en cada persona: en los perversos, el demonio; en los tibios, el natural; y en los que se entregan al Señor Jesucristo, el Espíritu Santo domina habitualmente, pero hay muchas injerencias de la naturaleza o del enemigo. Aún en los mismos santos permite Dios ciertas imperfecciones, mas aparentes que reales, a fin de conservarlos en la humildad y darles frecuentes ocasiones de madurar y crecer practicando las virtudes contrarias.
1. SEÑALES DEL ESPIRITU PURAMENTE HUMANO
La naturaleza humana, como consecuencia del pecado original, es enemiga de la mortificación y de las humillaciones, y se busca a sí misma desconociendo prácticamente el valor de las virtudes teologales. La naturaleza anda tras el placer, y cae en la gula espiritual; en cuanto encuentra las primeras sequedades, se detiene y abandona la vida interior. Muy frecuentemente, y bajo pretexto de acción o apostolado, se complace en su actividad natural, en la que se disipa más y más.
Al surgir la contradicción y la prueba, la naturaleza se queja de las cruces, se irrita y pierde el ánimo. Su primer fervor no era sino puro entusiasmo; es indiferente a la gloria de Dios y de su Reino. Este espíritu tibio y materialista se expresa con una palabra: EGOISMO.
Después de haber buscado sus satisfacciones en la vida interior, pero sin encontrarlas, proclama que es preciso evitar con prudencia toda exageración o "exigencia" en las austeridades y en la ración, y el "misticismo" en cualquiera de sus formas. Repite en todos los tonos que lo que interesa es la vida ordinaria, "común y corriente", entendiendo por ésta la tibieza y la mediocridad.
"El hombre natural no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. Y no las puede conocer, pues sólo con el Espíritu pueden ser juzgadas" (1 Cor 2.14).
"No amen al mundo viejo ni lo que hay en ‚l. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él; puesto que todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne y de los ojos y codicia de riquezas; esto no viene del Padre sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan, pero el que cumple la Voluntad de Dios permanece para siempre" (1 Jn 2,15-17).
"¡Adúlteros!. ¿No saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios?. Cualquiera que desee ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios". (Stg. 4,4). Jesús condena severamente al cristiano intranscendente, comodón y estéril: "Conozco tus obras: no eres frío ni caliente... Por eso, te vomitaré de mi boca". (Ap 3,15-16).
Ver también 2 Pe 2,20-22; Heb 6,406.
III. TRES MOVIMIENTOS INTERIORES
Analizando los actos humanos según su apariencia, y simplificando mucho las cosas, podemos distinguir varios casos:
a) Actos admirables donde la acción de Dios es evidente; pero donde también actúa naturaleza humana. Aún en las acciones más divinas, "la gracia supone la naturaleza", porque en la acción milagrosa colabora el hombre con todo su ser. Por ejemplo, en el milagro de la Puerta Hermosa, Pedro habla al cojo y pronuncia las palabras que usó Dios como vehículo de su intervención: "En nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina" (Hch 3,6).
b) Actos en que lo divino y lo humano aparecen combinados armónicamente. Reconocemos a Esteban que, "lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y signos en el pueblo" (Hch 6,8); y a Tabit , que "pasaba su vida haciendo el bien y repartía abundantes limosnas" (Hch 9, 36).
Es la vida del cristiano coherente que permanece en Jesús y Jesús en él.
c) Actos aparentemente comunes, naturales, pero inspirados y sostenidos por Dios.
El Espíritu obra también en toda persona honesta y sincera que obedece a la voz de su conciencia.
d) Actos aparentemente comunes, naturales, pero de procedencia maligna (cf. Mt 5,37) porque están inspirados "no por la sabiduría que viene de lo alto, sino por sabiduría terrena, sensual y diabólica" (Stg 3,15). Son frecuentes entre los mundanos.
e) Actos pecaminosos que no disimulan su origen, porque "quien comete pecado procede del diablo" (1 Jn 3,8). El pecador vive esclavo del Príncipe de este mundo (cf. Jn 12,31), se constituye hijo del diablo, "que es pecador desde el principio" (1 Jn 3,8).
f) Actos claramente diabólicos, en que la maldad parece proceder no tanto del hombre como de un espíritu maligno en ‚l. Para estos casos de opresión o posesión Jesús confió varias veces el poder de expulsar los espíritus malos (ver Mc 3,12; 6,7; Lc 10,17).
En resumen, se distinguen tres espíritus: el Espíritu Santo de Dios, el espíritu puramente natural (que procede de la naturaleza caída), y el espíritu maligno
Uno de los tres domina generalmente en cada persona: en los perversos, el demonio; en los tibios, el natural; y en los que se entregan al Señor Jesucristo, el Espíritu Santo domina habitualmente, pero hay muchas injerencias de la naturaleza o del enemigo. Aún en los mismos santos permite Dios ciertas imperfecciones, mas aparentes que reales, a fin de conservarlos en la humildad y darles frecuentes ocasiones de madurar y crecer practicando las virtudes contrarias.
1. SEÑALES DEL ESPIRITU PURAMENTE HUMANO
La naturaleza humana, como consecuencia del pecado original, es enemiga de la mortificación y de las humillaciones, y se busca a sí misma desconociendo prácticamente el valor de las virtudes teologales. La naturaleza anda tras el placer, y cae en la gula espiritual; en cuanto encuentra las primeras sequedades, se detiene y abandona la vida interior. Muy frecuentemente, y bajo pretexto de acción o apostolado, se complace en su actividad natural, en la que se disipa más y más.
Al surgir la contradicción y la prueba, la naturaleza se queja de las cruces, se irrita y pierde el ánimo. Su primer fervor no era sino puro entusiasmo; es indiferente a la gloria de Dios y de su Reino. Este espíritu tibio y materialista se expresa con una palabra: EGOISMO.
Después de haber buscado sus satisfacciones en la vida interior, pero sin encontrarlas, proclama que es preciso evitar con prudencia toda exageración o "exigencia" en las austeridades y en la ración, y el "misticismo" en cualquiera de sus formas. Repite en todos los tonos que lo que interesa es la vida ordinaria, "común y corriente", entendiendo por ésta la tibieza y la mediocridad.
"El hombre natural no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. Y no las puede conocer, pues sólo con el Espíritu pueden ser juzgadas" (1 Cor 2.14).
"No amen al mundo viejo ni lo que hay en ‚l. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él; puesto que todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne y de los ojos y codicia de riquezas; esto no viene del Padre sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan, pero el que cumple la Voluntad de Dios permanece para siempre" (1 Jn 2,15-17).
"¡Adúlteros!. ¿No saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios?. Cualquiera que desee ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios". (Stg. 4,4). Jesús condena severamente al cristiano intranscendente, comodón y estéril: "Conozco tus obras: no eres frío ni caliente... Por eso, te vomitaré de mi boca". (Ap 3,15-16).
Ver también 2 Pe 2,20-22; Heb 6,406.
2. SEÑALES DEL ESPIRITU MALIGNO
El demonio no siempre aleja, como la naturaleza, de la mortificación; al contrario, a muchos los empuja a exageradas mortificaciones externas, muy visibles, alimentando la soberbia. Pero no inspira la mortificación interior de la imaginación, del corazón, de la voluntad o del propio juicio. Nos inspira gran estima por nosotros mismos, nos inclina a anteponernos a los demás, a elogiar lo mío, a proclamar mis experiencias y a hacer la oración del fariseo (ver Lc 18,9-14). Esta soberbia va acompañada de "una humildad falsa que el demonio inventa para quitar la paz y probar si puede traer el alma a la desesperación. Se ve clara en la inquietud y desasosiego con que comienza y el alboroto que causa en el alma todo lo que dura, y la oscuridad y aflicción que en ella pone, la sequedad y mala disposición para la oración o para cualquier bien. Parece que ahoga el alma y ata el cuerpo para que nada aproveche; porque la humildad verdadera no viene con alboroto, ni desasosiega el alma, ni la oscurece, ni da sequedad; antes la regala y es todo al revés: con quietud, con suavidad, con luz" (Sta. Teresa de Avila).
Su manera de atacar la esperanza es procurar que nazca la presunción, despertando el deseo de hacerse santos de repente, sin recorrer las etapas anteriores y el camino de la abnegación: nos hace impacientes con nosotros mismos. Cultiva el amor propio y, según la persona, hace que la caridad se desvíe hacia un sentimentalismo humano de extrema condescendencia, o hacia cierto liberalismo bajo capa de generosidad, o hacia un celo amargo que sermonea a todo el mundo en vez de trabajar en la propia conversión (Ver Mt 7, 1 -5).
Todas estas cosas engendran odios y recelos. Nadie osa dirigirnos la palabra, pues no soportaríamos la contradicción. Si sobreviene una falta muy evidente, somos asaltados por la turbación, el despecho y el desaliento; el demonio, que antes nos ocultaba el peligro, ahora exagera las dificultades de la enmienda y se esfuerza por hacernos caer en desolación.
3. SEÑALES DEL ESPIRITU DE DIOS
Nos inclina a la mortificación exterior (a diferencia del espíritu natural), regulada por el discernimiento y la obediencia, haciéndonos comprender que vale muy poco si no va acompañada por la mortificación del corazón, de la voluntad y del juicio propio (a diferencia del mal espíritu).
Inspira la verdadera humildad, no teme los menosprecios ni presume de las gracias recibidas, aunque tampoco las oculta, sino que da gracias glorificando a Dios.
Aviva la esperanza, hace desear ardientemente las aguas vivas de la oración, nos lleva por el camino de la humildad y la locura de la cruz (cf. 1 Cor 1,23).
Nos hace santamente indiferentes para con los ‚éxitos mundanos. Acrecienta el fuego del amor, el celo por la gloria de Dios y el olvido de sí mismo. Nos lleva a pensar primero en el Reino de Dios y a abandonarle el cuidado de nuestras necesidades (cf. Lc 13,31).
Nos hace ver en el amor fraterno la medida de nuestro amor a Dios. Inspira el celo manso y paciente que edifica mediante la oración y el ejemplo. Nos da paciencia en las pruebas, gozo en las persecuciones, amor de cruz y caridad con los enemigos; y si caemos, nos habla de la misericordia del Padre. ¡Aleluya!.
Fin segunda parte
El demonio no siempre aleja, como la naturaleza, de la mortificación; al contrario, a muchos los empuja a exageradas mortificaciones externas, muy visibles, alimentando la soberbia. Pero no inspira la mortificación interior de la imaginación, del corazón, de la voluntad o del propio juicio. Nos inspira gran estima por nosotros mismos, nos inclina a anteponernos a los demás, a elogiar lo mío, a proclamar mis experiencias y a hacer la oración del fariseo (ver Lc 18,9-14). Esta soberbia va acompañada de "una humildad falsa que el demonio inventa para quitar la paz y probar si puede traer el alma a la desesperación. Se ve clara en la inquietud y desasosiego con que comienza y el alboroto que causa en el alma todo lo que dura, y la oscuridad y aflicción que en ella pone, la sequedad y mala disposición para la oración o para cualquier bien. Parece que ahoga el alma y ata el cuerpo para que nada aproveche; porque la humildad verdadera no viene con alboroto, ni desasosiega el alma, ni la oscurece, ni da sequedad; antes la regala y es todo al revés: con quietud, con suavidad, con luz" (Sta. Teresa de Avila).
Su manera de atacar la esperanza es procurar que nazca la presunción, despertando el deseo de hacerse santos de repente, sin recorrer las etapas anteriores y el camino de la abnegación: nos hace impacientes con nosotros mismos. Cultiva el amor propio y, según la persona, hace que la caridad se desvíe hacia un sentimentalismo humano de extrema condescendencia, o hacia cierto liberalismo bajo capa de generosidad, o hacia un celo amargo que sermonea a todo el mundo en vez de trabajar en la propia conversión (Ver Mt 7, 1 -5).
Todas estas cosas engendran odios y recelos. Nadie osa dirigirnos la palabra, pues no soportaríamos la contradicción. Si sobreviene una falta muy evidente, somos asaltados por la turbación, el despecho y el desaliento; el demonio, que antes nos ocultaba el peligro, ahora exagera las dificultades de la enmienda y se esfuerza por hacernos caer en desolación.
3. SEÑALES DEL ESPIRITU DE DIOS
Nos inclina a la mortificación exterior (a diferencia del espíritu natural), regulada por el discernimiento y la obediencia, haciéndonos comprender que vale muy poco si no va acompañada por la mortificación del corazón, de la voluntad y del juicio propio (a diferencia del mal espíritu).
Inspira la verdadera humildad, no teme los menosprecios ni presume de las gracias recibidas, aunque tampoco las oculta, sino que da gracias glorificando a Dios.
Aviva la esperanza, hace desear ardientemente las aguas vivas de la oración, nos lleva por el camino de la humildad y la locura de la cruz (cf. 1 Cor 1,23).
Nos hace santamente indiferentes para con los ‚éxitos mundanos. Acrecienta el fuego del amor, el celo por la gloria de Dios y el olvido de sí mismo. Nos lleva a pensar primero en el Reino de Dios y a abandonarle el cuidado de nuestras necesidades (cf. Lc 13,31).
Nos hace ver en el amor fraterno la medida de nuestro amor a Dios. Inspira el celo manso y paciente que edifica mediante la oración y el ejemplo. Nos da paciencia en las pruebas, gozo en las persecuciones, amor de cruz y caridad con los enemigos; y si caemos, nos habla de la misericordia del Padre. ¡Aleluya!.
Fin segunda parte
1 comentario:
MUY LINDO EL BLOG TIENE ARTICULOS DE MUCHO CRECIMIENTO ESPIRITUAL
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