domingo, 6 de septiembre de 2009

X Lectura del santo Evangelio según san Marcos 7, 31-37

Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: «Efatá», que significa: «Abrete.» Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»

Palabra del Señor.

Reflexión
Lo fundamental de este relato, es ver a través del milagro, la presencia salvadora de Dios. Es la "fe" del que solicita la imposición de manos a Jesús, la que hace el milagro.
El estado del sordo es de opresión, de desesperanza, pero su fe y la de sus acompañantes hace posible que Jesús lo haga pasar de esa opresión infranqueable a la liberación y plenitud de vida.
La narración del milagro, nos muestra el camino por el cual se produce el milagro, nos invita a la fe, ya que para Dios no hay nada imposible.
Una persona que no escucha a Dios ni al prójimo porque está encerrada en su egoísmo y sólo le preocupan sus cosas, tiene una ¨sordera¨ más grave aún que la sordera de orden físico.
Cuando esa persona se encuentra con Cristo y descubre que es capaz de escuchar a los demás, se produce un ¨milagro¨ tan extraordinario como el que narra el evangelio de hoy, aún cuando no sea visible para otros.
Jesús puede realizar con nosotros el milagro de devolvernos la capacidad de escuchar. Se dice que no hay peor sordo que el que no quiere oír, y este refrán tiene mucho que ver con el Evangelio de hoy, porque la verdadera sordera es la sordera del corazón, de la que sufrimos muchas veces.
Vivir sin escuchar a los otros nos sirve muchas veces como mecanismo de defensa para no comprometernos con la realidad. Esa sordera nos lleva a vivir encerrados dentro de muros impenetrables aún cuando convivamos con muchas personas durante todo el día.
Para escuchar al otro, se necesita:
Primero, "querer" escuchar y además requiere dejar que los demás "se expresen", porque si no se expresan no podemos escucharlos, es difícil escuchar a un mudo.
Escuchar es mucho más que poner la oreja, es ponerse en el lugar del otro, sentir lo que siente, hacer propio su problema.
Cuántas veces en nuestra familia, nos hablan y respondemos mecánicamente una y otra vez. Creamos un ambiente con un simulacro de diálogo, habla ahora uno, ahora otro, cuando en realidad las palabras son como música de fondo, no escuchamos.
Realmente Jesús puede liberarnos de nuestra sordera para realmente escuchar al otro y no como la mayoría de las veces, escucharnos en el otro. Si realmente nos cura, podremos tratar de entender los puntos de vista del que nos habla, su forma de ver las cosas, sus motivos, sus sentimientos.
En el evangelio de hoy también Jesús devuelve la capacidad de hablar. Es común encontrar ¨mudos¨ que tienen una enorme cantidad de talentos para dar y para darse a la comunidad pero que no se animan a hablar.
También en ese terreno hay milagros, y son muchos los que después de encontrarse con Cristo deciden ponerse al servicio de los demás en alguna actividad parroquial. Son muchos los que se encuentran con Jesús y su Espíritu los mueve a salir de sí mismos para ir hacia los otros y comunicar la Buena Noticia del Evangelio.
Pero hablar no es decir cualquier cosa, cuando Jesús nos devuelve el habla, nos la devuelve para que podamos reaccionar cuando vemos algo injusto, intervenir y expresar nuestras ideas con madurez.
Antes dijimos que hay que tener disposición para dejar que los demás se expresen, y cuidemos esto, porque muchas veces nos parecemos a esas familias que se alegran cuando el niño comienza a hablar, y festejan sus palabras y sus medias palabras, pero cuando ese mismo niño llega a las adolescencia se horrorizan o incluso impiden que hable, porque no gusta escuchar lo que dice, las ideas que tiene, que a veces no coinciden con las de los padres.
Cuando Jesús nos devuelve el don de hablar, es para expresar valientemente nuestra fe, nuestros puntos de vista, para denunciar las injusticias
Jesús hoy nos invita a recuperar el poder de la palabra para expresarnos con madurez y responsabilidad y el poder de escuchar, para que no solamente nos expresemos nosotros, sino que también escuchemos y respetemos la palabra de los otros.
Jesús, es nuestro ejemplo. Él fue solidario para escuchar el clamor de los que sufrían y valiente para expresarse ante autoridad y pueblo. Jesús era un hombre de pueblo como nosotros y supo hacerlo, "pudo" hacerlo.
Nuestro compromiso es pedirle a Dios que nos libere de nuestra sordera y de nuestra mudez y podamos establecer entre los hombres un diálogo maduro para construir una sociedad solidaria.
Dice Michel Quoist
Los hombres necesitan hablar, pero son pocos hombres compañeros acogedores y dispuestos para sus hermanos, pues pocos se olvidan por completo de sí mismos para escuchar a los demás.
Hablar con otro es ante todo escuchar, y pocos saben hacerlo, pues pocos están vacíos de sí mismos, y su "yo" hace ruido.
¿Estás inquieto, preocupado y se presenta alguien que quiere hablarte?
Despréndete con dulzura de tus preocupaciones, el mal humor, el nerviosismo y ofrécelos al Señor. Entonces quedarás libre para escuchar.
Si sabes escuchar, muchos irán a hablarte. Muéstrate atento, silencioso, recogido. Tal vez, aún antes de que pronuncies una palabra constructiva, el otro se habrá ido feliz, liberado, iluminado. Pues lo que de un modo inconsciente esperaba no era un consejo, una receta debida, sino alguien en quien apoyarse.
Si debes responder, no pienses qué decir mientras el otro habla, pues ante todo necesita atención, luego vendrán las palabras. Después, confía en el Espíritu Santo, lo que llega primero, no es el fruto de un razonamiento, sino el fruto de la gracia.
Sólo se producirá auténtico diálogo si haces en ti, un profundo silencio, un silencio religioso para acoger al otro, pues en él y por él, Dios llega a ti.
Pidamos al Señor que nos libere, para hablar y escuchar a Dios en nuestros hermanos.

Ignorando mi vida,
golpeado por la luz de las estrellas,
como un ciego que extiende,
al caminar, las manos en la sombra,
todo yo, Cristo mío,
todo mi corazón, sin mengua, entero,
virginal y encendido, se reclina
en la futura vida, como el árbol
en la savia se apoya, que le nutre
y le enflora y verdea.

Todo mi corazón, ascua de hombre,
inútil sin tu amor, sin ti vacío,
en la noche te busca;
le siento que te busca, como un ciego
que extiende, al caminar, las manos llenas
de anchura y de alegría. Amén
.

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